La Fiesta comienza con el “desentierro” del Carnaval en la ladera de un cerro, en donde se extrae de la tierra, entre cánticos y danzas, el “diablo” que inicia la celebración. Cada localidad muestra diferentes matices en sus ritos, conservando una misma esencia. Esto hace que los involucrados se trasladen de un pueblo a otro aprovechando las singulares experiencias que ofrece cada lugar.
Los eventos se prolongan durante toda la semana y se aprovecha para “señalar” el ganado y “dar de comer” a la Madre Tierra . Los disfraces coloridos, las comparsas y bailes típicos, como el Carnavalito, son las manifestaciones que el visitante verá repetirse en uno y otro lugar. En las comparsas hay uno o más “diablos” con coloridos disfraces, cubiertos de espejos y cascabeles y una larga cola con la que animan a los participantes a sumarse al vértigo carnavalesco. Llevan siempre una bandera como emblema, que en ningún instante abandonan. En esta ocasión abundan las bebidas espirituosas que hacen que el tranquilo y callado lugareño, aproveche esta oportunidad para mostrarse alegre y festivo. El turista no se sentirá excluido de estos eventos y en poco tiempo se verá sumergido en danzas y cantos, munido de un vaso de vino y enharinado de pies a cabeza. Se organizan fiestas en las casas aunque es muy común bailar y beber por las calles.
La celebración concluye con el “entierro” del Carnaval una semana después, en el llamado “Carnaval chico” que cierra los festejos. El “domingo de tentación”, las comparsas se dirigen hacia el “mojón” (montículo de piedras) ubicado en un cerro, donde el presidente de la agrupación coloca la bandera que los acompañó durante esos días. Se cava un foso, se da de comer a la Pachamama y se entierra al “diablito”, muñeco de trapo que representa el Carnaval, hasta el año próximo. Con el entierro se acaba la alegría y sólo queda el cansancio de las agitadas jornadas sin normas, ni horarios, ni quietud.